La Iglesia, el edificio de la Iglesia, condensa en sí mismo todo del monasterio. Todo el conjunto que ves. Es el lugar más importante, cabeza y corazón, y el resto no son sino  partes necesarias para la vida cotidiana de lo que aquí vivimos o peregrinos que llegan. La Iglesia lo polariza todo y da sentido al conjunto arquitectónico.

Esta característica estructural es parábola en sí misma: En el corazón del monasterio el misterio de Dios, que se entrega a los hombres, y del hombre, que se entrega a Dios en la oración litúrgica de la Iglesia. La Iglesia así pues, se hace lugar de silencio, de encuentro, de diálogo y de amor.