Dos granos de trigo se encuentran bajo tierra un día de otoño. Alguien los ha introducido allí aquella tarde y luego se ha marchado. Enseguida se reconocen y empiezan a hablar.

  • Qué horror, nos han enterrado en vida y estamos a oscuras, hundidos, aplastados, condenados a morir sin remedio. Esto es cruel, inaguantable.
  • Sí, es verdad, pero a medias, comentó el otro. Algo me dice interiormente que tú y yo estamos llamados a renacer, a multiplicarnos, a convertirnos en espiga.
  • ¿A este precio? ¡Demasiado costos!, ¿no crees?
  • La vida no tiene precio, porque nuestra verdadera vocación es vivir.
  • ¿Vivir?
  • Tú y yo hemos nacido de un grano de trigo tan oculto bajo la tierra como ahora nosotros. Porque no estamos enterrados, estamos sembrados.
  • ¿Sembrados? ¿Y eso qué es?
  • Eso es haber entrado en un proceso de muerte que es al mismo tiempo de vida, de una vida nueva y más abundante.
  • No entiendo nada, lo único que yo veo es que, si nadie nos saca pronto de esta horrible cárcel, nuestra muerte es segura. Lo demás son juegos de palabras.
  • No, no, de ninguna manera. Lo nuestro es nacer y renacer, convertirnos en trigo. Y, luego, en harina, que servirá para fabricar pan, ese alimento que mantiene la vida. Nosotros podemos colaborar a que desaparezca el hambre.
  • ¡Nada menos!
  • Sí, sí, nada menos. ¿Por qué te sonríes?
  • Es que…
  • Somos un precioso eslabón en la cadena de la vida. No rompas esa cadena. Decídete a creer y esperar; decídete a vivir.

El pequeño grano incrédulo, escéptico, sintió que debía aventurarse. Y creyó. Y esperó. Al cabo de un tiempo sintió que empezaba a perder la vida… y, misteriosamente, también a recobrarla rejuvenecida y multiplicada.

  • Me gustaría ver el final de este proceso.
  • Cree en la fuerza de la vida, le animó su compañero. Si tú y yo nos empeñamos en ver el trigo nuevo que saldrá de nosotros nunca nacerá la espiga. Lo inmediato ahora para nosotros es “morir”

Al día siguiente brotaba del primer germen de la tierra. Meses después, las dos espigas se convertían en harina, luego en pan…

Lo que jamás podían imaginar es que un día se pronunciarían sobre ese pan unas palabras misteriosas: “¡ESTO ES MI CUERPO!”

Y aquel grano de trigo supo cómo todo, todo, ¡todo!, había merecido la pena.

(“Cosas del Padre Abad. Para una espiritualidad narrativa”, A. Sanz Arribas; Ed Casa de espiritualidad; Madrid 2020; pp33-34)