Si la situación del Monasterio es singular, no lo es menos las ermitas que se reparten salpicadas entre la foresta a su alrededor.

Sin duda la más espectacular es Cueva Santa, que dicho sea de paso, no es una cueva, sino una  construcción excavada a mano en la roca, en el año 900, probablemente la primera  de arte religioso en Cantabria.

Cuenta la historia que nuestro Santo Toribio, el de Palencia, se subió ladera arriba, justo en la vertical del Monasterio,  para esconderse a “pelear” con el enemigo, en soledad, abstinencia y muchas lágrimas. Si todos los combates son duros, el de hacer las paces con el Alma, es el que más lágrimas acarrea…

Así que en una parte inferior, se encuentra una pequeña celda, tan exigua que no se puede estar de pie, y tampoco cabría un oso, que en esa época serían muy abundantes, y en la parte superior tan solo se conserva la base y pared de una capilla en donde se llevaron a cabo los ritos litúrgicos durante algunos siglos. En la dóvela del arco de entrada hay una cruz prometeada al estilo de las visigóticas asturianas, en el interior junto a la saetera para recibir la luz…, poquísima, directa. Otra, la más misteriosa, pintada en piedra tallada, en color negro que emerge de dos formas curvas, algunos expertos aseguran similitud con los anagramas de la Biblia Sacra de León del 920 en referencia a San Marcos y San Mateo, otros que quizás aluda a la Cruz de la Victoria asturiana, pero lo cierto es que en ese lugar; Victoria hubo y Cruz también, Toribio los llevo varios años como  compañeros del viaje del sufrimiento infinito, de la peor batalla de todas, la de  aquel que  pelea dentro de sí.

Esta sin embargo obtuvo el premio final de llegar a “alcanzar a Dios”, y cuenta la historia que llego a tanto: “que de muy ordinario bajaban los ángeles que hablaban con él y le hacían compañía…”

Y ese ejército de ángeles invisibles sigue por los siglos protegiendo este lugar tan especial, que la historia y el destino han elegido para la inmensa tarea de  unir  dos mundos….  (MgP)