Como si fuera la más grande de las Ermitas, la iglesia del monasterio está “decorada” con la piedra. No hacen falta más adornos cuando estas se han convertido en la voz del tiempo.

Atrapado  en su interior:

  • hablan de leyendas de un Oso y un Buey en los capiteles;
  • de un joven entusiasta del mensaje Divino para quien la historia tenía reservado un papel protagonista; la estatua yacente de Santo Toribio del siglo XIV en el ábside del Evangelio;
  • de María de Nazaret, la Madre, en el ábside derecho, la talla de madera de  Santa María de los Ángeles del siglo XVI,
  • y en el central una tabla de estilo Umbro recordando el Calvario y cómo el amor inmenso a través del dolor; también inmenso, se puede convertir en esperanza.

Un coro, con un órgano muy singular, vigila desde la parte más antigua del monasterio; la vieja torre, señalada desde la pila bautismal y la pequeña ventana geminada.

También cuentan estas piedras de románico peregrino, o arte cisterciense del siglo XIII, que bajo su suelo hay otros restos prerrománicos desde el siglo VI, y hablan de la vida y su paso en el tiempo.

En primavera, la luz de las vidrieras se convierte en música. En verano, el frescor de sus paredes columnas y bóvedas, alivia el cansancio de los peregrinos. En otoño, la belleza del paisaje se cuela en el interior haciendo el tiempo más dulce y lento. En invierno, el templo se convierte en el refugio del silencio.

Si una imagen vale más que mil palabras, una palabra bien dicha, vale por mil imágenes. Esa pequeña y poderosa palabra que vive dentro de esta iglesia se llama: PAZ. (MgP)