Recibir la ceniza es confesar nuestro parentesco con este mundo de polvo, es declarar que estamos listos para abdicar de las pretensiones de omnipotencia. Estando ante Dios de esta manera, confieso que no soy Dios. Admito el abismo que me separa de él. Acepto la desasosegante alteridad de Dios. Él es lo que yo no soy, aunque mi ser lleve su impronta. Anhelo una plenitud que ninguna cosa creada puede dar. Camino por esta tierra como anhelo encarnado. Estoy en casa, incluso siendo extranjero, nostálgico de una patria que recuerdo, aunque no la haya visto” (Erik Varden. La explosión de la soledad)

Recordar que somos polvo, es volver a lugar del que venimos -somos tierra modelada por el infinito amor de Dios -, no como una maldición, sino como posibilidad de que Dios recree nuestra vida y como recuerdo de que estamos destinados a ser más de lo que somos.